Muchas veces había dicho que tenía la boca seca, pero no sabía lo que era tener la boca seca hasta ese momento.
Al igual que cuando piensas que es amor pero cuando realmente lo encuentras te das cuenta que todas las veces anteriores no habían estado ni cerca de ser amor. Es más, ni sabías lo que era.
Bueno, la cosa es que mi boca estaba completamente seca. Movía la lengua para encontrar aunque sea un poco de saliva entre mis dientes. Así estuve muchos días.
Recordaba aquella vez que en un curso de supervivencia, que vaya a saber por qué tomé, me habían enseñado que en casos de falta de agua había que tomar pis. Pero -importante- se recomienda que sea el pis de otra persona y no el propio.
En el viaje estoy sola y tampoco me agrada mucho la idea de tomar pis.
Así que si bien esa idea estaba descartada, debo confesar que ese día, particularmente ese día, lo dudé.
Con toda esa sed acumulada algo en mí cambió totalmente: mis prioridades. Las cosas que habían sido importantes hasta ese momento dejaron de serlo. Todo cambió realmente. Cuando tienes sed ves todo con otra perspectiva.
Nada de lo que había aprendido y sabía hacer hasta el momento me servía ahora. De nada servía mi experiencia profesional, ni los títulos ni los libros que había leído. Tampoco todo el dinero que había hecho en la Tierra, porque no existía forma de canjearlo por agua en ese momento.
En serio hacía tanto calor. Los ventiladores de mi nave parecían más calefacción que otra cosa. La arena había rayado mis lentes de contacto. En verdad me pregunté muchas veces cuándo iba a morir. Es más, hubo días enteros en los que prefería estar muerta que viviendo eso.
No podía hacer nada. Seguí recorriendo planetas. Me movía. Vi luces, hablé con una suerte de ángeles, pinté, bailé y canté. Estas últimas cosas fueron las que me mantuvieron viva.
Realmente no le encontraba sentido a nada y quería morir. Seguía viajando y de nuevo lo único que había en esos planetas era arena. Y más arena…. Y mucha más arena.
Intenté buscar formas de querer sentirme viva. Pero no había caso.
Nunca había valorado el acceso al agua. Para mí era natural. Siempre estaba hidratada, no merecía la pena agradecer por algo que siempre estaba ahí para mí.
¿Por qué siempre cuando algo está pensamos que siempre va a estar ahí? Bueno no. No es así. Todo puede cambiar. Y un día tu boca puede estar tan seca que tu lengua se pegue a tus dientes.
Llegué a un nuevo planeta. Volví a hacer la rutina. Cada vez que llego a un nuevo planeta, lo mismo. Voy diciendo en voz alta lo que tengo que hacer para no olvidarme ningún paso.
Primero, activar la ubicación de la nave para enviar a la Tierra las señales en caso de que no pueda volver a subir. Para que en el futuro sepan hasta dónde llegué en este viaje. Ese envío gastaría todo el combustible de una sola vez. Por eso no lo uso nunca para comunicar por dónde ando.
Segundo, debo encender las luces de emergencia para que, si bajo de la nave y se me hace tarde, pueda ver aún sin la luz del sol donde estacioné.
Tercero, ponerme mi máscara de oxígeno. Todo lo que tenía en la Tierra lo cambié por esta máscara. Es de última generación y aparentan ser unos lentes de sol.
Cuarto, ponerme mis botas todo terreno. Quinto, apretar los botones amarillos de la nave. Sexto, abrir la compuerta.
Ese día bajé como cualquier otro. Ya había hecho esto más de 50 veces en los últimos 221 días. Así que todo parecía normal para mí.
Caminé. La arena se sentía bien. Blanda, por momentos me encajaba. Era pesado caminar y estaba cansada. Este lugar era diferente. Lo supe al dar los primeros pasos. Pero a esta altura dudaba de mi intuición porque tenía tantas ganas de encontrar agua que no podía discernir si era mi intuición o mi deseo de que eso ocurriera.
Mientras caminaba entre las dunas vi a lo lejos que algo era de otro color. ¡Hacía tanto tiempo que no veía otro color que no sea el arena!
Dudé hasta de mis propios ojos. Pero seguí caminando. Y ahí estaba, a lo lejos: un gran charco azul verdoso en el medio de la nada.
Hasta ese momento creía que los oasis existían solo en los cuentos.
Lo conseguí. Encontré agua. Corrí tan rápido como pude. Estaba contenta. Demasiado.
Sentí cómo entraba la arena en mi boca (de la emoción la debo haber abierto).
Aún no había tocado el agua pero ya sentía que lo había conseguido.
Tanto tiempo queriendo morir y de repente me sentí viva.
Mi viaje no había sido en vano. Elegir dejarlo todo en la Tierra no había sido en vano.
El agua en mi boca fue tan placentero. Disfruté ni bien mis labios se sintieron mojados.
No puedo explicarlo con palabras. Solo lo sentí.
Como todas las cosas importantes de la vida, no se explican pero se sienten.
¡No lo puedo creer! ¡Ya no tengo sed!
Qué historia más potente y única, ¡me encantó!. Realmente me hiciste reflexionar sobre la importancia de apreciar lo que tenemos mientras lo tenemos, ya que todo puede cambiar en un abrir y cerrar de ojos... o en un viaje interestelar. Este relato me recordó a Paulo Coelho: "Cuando quieres algo, todo el universo conspira para que lo logres". Y en tu caso, el universo te guió hacia ese oasis.
pd: Lo leí dos veces ✨💗
Sos tan increíble como ese oasis! Te admiro tanto Manija 💛